BÁEZ SOTO, OSCAR
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO
Generalidades de la Pena. Antecedentes históricos de la pena. Período primitivo y los orígenes de la pena. Los fines primarios de de la pena de prisión. El origen de la readaptación social
La función de la criminología en la modificación del paradigma de la readaptación social
CAPÍTULO SEGUNDO
Aspectos de nuestra legislación respecto de la readaptación social. Consideraciones de los derechos más elementales del infractor. El extravío de un sistema penal democrático. Código Penal Federal Código Federal de Procedimientos Penales. Ley de Normas Mínimas sobre Readaptación Social de Sentenciados. La política inflacionaria penal. La educación y el trabajo, medios de la readaptación social
CAPÍTULO TERCERO
La decadencia de la readaptación social. El Estado frente al sistema penitenciario Antecedentes legislativos de la readaptación social. El Estado y su política y criminal. El secuestro institucional; las cárceles de máxima seguridad a) El Chapo Guzmán: una nueva historia con vicios añejos b) Osiel Cárdenas Guillén, violencia y corrupción; fórmula para enfrentar al sistema.
CAPÍTULO CUARTO
La determinación genética del criminal, el discurso que se avecina. El regreso del determinismo criminal conforme a la genética del sujeto. La genética un arma contra el criminal o la llave para los inocentes. El desciframiento del genoma humano, utopía o realidad genética. Aspectos internacionales sobre el genoma humano y los derechos humanos. El Estado frente a la predisposición genética del criminal
CAPÍTULO QUINTO
Los derechos humanos ante el sistema penitenciario mexicano. El Estado Democrático de Derecho ante la inflación penal. La economía, factor o causa de la criminalidad. Los derechos humanos y su reconsideración penitenciaria. Los derechos humanos ante la nueva realidad punitiva
Conclusiones
Bibliografía
Frente al mundo griego, el cristianismo afirmará la libertad de la persona. Dios nos hizo a su imagen y semejanza, nos dotó de libre albedrío y de capacidad para elegir entre el bien y el mal Si hoy nos sentimos libres es por influencia del cristianismo. Sin embargo, en la teología cristiana, tal afirmación de libertad individual trae también aparejada una serie de problemas. Por ejemplo ¿cómo hacerla compatible con la suprema sabiduría de Dios? Pues si Dios lo sabe todo, también conocerá nuestro futuro. ¿Significa eso que ya está escrito? Sólo a unos pocos escogidos les permitirá Dios hacer el bien y salvarse. Es la doctrina de la predestinación, radicalmente rechazada por el catolicismo.
Quizá la aportación fundamental que hizo la filosofía de nuestro siglo, sea el haber mostrado en forma muy intuitiva que somos seres libres, ello se lo debemos al existencialismo. No sólo la existencia de: personas. Es contingente (posible de ser de una forma u otra); también es contingente su esencia. De modo que, somos de una manera o podríamos haber sido de otra, tener otro carácter, otra cultura. Lo no le ocurre a ninguno de los seres que nos rodean: son lo que son y no podrían ser de otro modo. Nos vamos modelando a lo largo de la vida. Cuando nacemos, no somos nada, carecemos de esencia, de modo de ser, sólo tenemos existencia. Así y poco a poco, a medida que vamos tomando decisiones, nos vamos dotando de unos rasgos constitutivos, de una personalidad. No estamos obligados a ser de una forma en concreto, luego entonces, somos libres.
Supuesta su libertad, lo lógico sería que el ser humano dedicara su vida a buscar la felicidad. Para ser feliz -decía Aristóteles- hemos de convertirnos en unos virtuosos de la razón. Pero acaso el problema ético fundamental no sea el de la felicidad, sino el de cómo ser buena persona. Así lo creía Kant, filósofo alemán del siglo XVIII, según el cual, para que una decisión tomada por nuestra voluntad sea moralmente buena, ha de tener como motivo la conciencia del deber: pongamos como ejemplo que un tendero tiene la ocasión de engañar a un niño, su conciencia sin embargo le prohibirá hacerla, pero imaginemos que desoye la voz de su conciencia y lo engaña ¿no diremos que ha obrado mal, que ha actuado incorrectamente? Supongamos ahora que no lo engaña, pero por miedo a que sus padres se enteren y los pierda como clientes ¿no diremos que, aunque su comportamiento es correcto, es un interesado y no tiene algún valor moral su conducta? Pero imaginemos que no le engaña sencillamente porque una voz interior le dice que eso no se debe hacer. ¿No diremos en este caso que su comportamiento tiene un gran valor moral y que el comerciante es bueno? ¡Obra conforme al deber, por deber!, ese es el lema de la ética Kantiana.
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